“El historiador es un árbitro de las diferentes
memorias”
Pierre Nora (París, 1931) es
historiador, fundador de la revista intelectual francesa Le Débat y uno de los
grandes renovadores de la historiografía de la segunda mitad del siglo XX. Es
autor y director de la obra colectiva Les lieux de mémoire (Gallimard,
1984-1992), un proyecto colosal que instauró en la disciplina histórica el
concepto de “memoria”, diferenciándolo de la noción de “historia”. En esta
conversación recuerda cómo se convirtió en el “historiador de la memoria” y
advierte sobre los abusos a los que hoy se la somete.
1 febrero 2018
USTED DEFINE
LA MEMORIA COMO LA ECONOMÍA Y LA ADMINISTRACIÓN DEL PASADO DESDE EL PRESENTE.
¿CÓMO LLEGA A ELABORAR ESA IDEA?
Cuando comencé, en los años ochenta,
pensaba estudiar un problema que solo concernía a Francia: el surgimiento de
una memoria distinta a la historia, que hasta entonces y desde fines del siglo
xix se enseñó a los alumnos como el instrumento principal de formación del
espíritu cívico. Lo que unía al país era su historia: se trataba de conciliar
el mundo del Antiguo Régimen con el que se instauró después de la Revolución
francesa; y, como en 1870 habíamos vivido una derrota en la Guerra
Franco-Alemana, se quiso definir a nuestro país en relación con Alemania. Para
eso se articuló la idea de una nación fundada sobre la noción de un ciudadano
independiente del territorio, mientras que los alemanes vinculaban la
nacionalidad a la etnicidad, al pueblo. Es decir, la historia francesa era un
contrato abstracto que creaba la figura del ciudadano, y eso fue lo que le dio
su universalidad y su atractivo en otras partes del mundo. Esta historia
permaneció hasta la década de 1960, más o menos, época en que el molde de esa
versión muy unitaria y republicana empezó a ceder bajo la presión de las
memorias de los grupos que comenzaron a emanciparse.
¿CUÁLES
GRUPOS, EN ESPECÍFICO?
Aparecen las memorias femeninas,
religiosas, judías, campesinas; de los gays, de los antiguos
pueblos coloniales. Hay una suerte de explosión de las memorias grupales que no
habían sido reconocidas por la historia oficial, muy centrada en el Estado, y
que reclamaban ser consideradas. Lo que estos grupos llamaban la recuperación de
sus memorias era la recuperación de sus propias historias. A un colegio francés
podía asistir el bisnieto de un aristócrata guillotinado en la Revolución, el
nieto de un inmigrante italiano o el hijo de un judío polaco. Pero en las
clases, según la historia que se enseñaba, todos eran franceses sin distinción,
todos eran supuestos descendientes de los galos. Era una ficción unificadora.
Solo en sus familias, en privado, podían mantener sus memorias de grupo. En los
años setenta y ochenta, estas memorias privadas empezaron a convertirse en
públicas, y esos grupos comenzaron a reclamar que sus propias historias se
integraran a la gran historia de la nación. Fui sensible a este movimiento
porque fui su contemporáneo.
SU GRAN
PREOCUPACIÓN HA SIDO ESTABLECER UNA DISTINCIÓN ENTRE EL REGISTRO DE LA HISTORIA
Y EL DE LA MEMORIA. ¿CUÁL ES LA FRONTERA ENTRE AMBOS CONCEPTOS?
El registro de la historia está
construido con base en documentos o materiales documentales que permiten
reconstituir un hecho, por lo que esta labor es siempre posterior. No se siente
de inmediato, más bien, es un fenómeno acumulativo, que a través de la ciencia
quiere tocar una forma de verdad, aun si no es “la” verdad. Nadie puede decir,
por ejemplo, que el 14 de julio no se tomó la Bastilla, porque tenemos pruebas
de ello. En cambio, la memoria es por completo otra cosa: es afectiva,
psicológica, emotiva; en un principio es individual, a diferencia de la
historia. La memoria, además, es extremadamente voluble, juega muchos papeles y
no tiene pasado, ya que por definición es un pasado siempre presente. Traté de
caracterizar estos dos registros como si fueran independientes el uno del otro,
e intenté demostrar que hay una distinción entre historia y memoria colectiva
–aunque a menudo se confunden–. Lo que me interesó fue hacer la historia de
esta memoria colectiva.
¿EL GRAN
PELIGRO DEL HISTORIADOR ES CONFUNDIR HISTORIA Y MEMORIA?
Sí. El historiador tiene un papel
cívico y uno ideológico, y yo estoy a favor del primero y en contra del
segundo. Es inevitable que el historiador –que no es un hombre abstracto, sino
un hombre de su familia, de su religión, de su país– no pueda desprenderse de
todas esas circunstancias para ser lo que en otros tiempos se creía que era un
historiador, a saber, un hombre de ningún tiempo y de ningún país. Eso es
imposible. Pero, al igual que un etnólogo, debe hacer un gran esfuerzo para no
estar condicionado por esas dificultades y para intentar una forma no de
objetividad, porque no existe, sino de honestidad. Es el requisito, creo, para
tratar de mantener cierta verdad común en un mundo fracturado.
¿CUÁLES
FUERON LOS PRIMEROS TEMAS QUE LE INTERESARON?
Era profesor en la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales y quería investigar acerca del sentimiento
nacional, sobre qué significa sentirse francés. Era un tema clásico, pero más
que estudiar la historia del patriotismo de manera tradicional, me pareció
mucho más original atender los elementos que cargaban la identidad francesa,
como los símbolos nacionales –La Marsellesa o la bandera, por ejemplo–. Y me di
cuenta de que, a pesar de que vivíamos con estos símbolos, nunca se había
escrito su historia. Hacerlo era desacralizarlos, pero también aportar algo que
los renovaría por completo. Otro ejemplo: el Tour de Francia es un evento que
apasiona a muchos, pero nadie se pregunta qué significa. Fue creado en 1903, el
mismo año en que aparece un libro muy importante llamado Cuadro de la
geografía de Francia, de Paul Vidal de La Blache, creador de la geografía
humana y de los mapas de colores que todos estudiamos en la escuela. El Tour de
Francia fue para el pueblo el extraordinario descubrimiento de la geografía del
país, porque los primeros reporteros empezaron a describir los paisajes
–costas, desfiladeros, mesetas– que solo conocían los obreros, porque eran
ellos los que andaban en bicicleta. A inicios del siglo XX, hay una suerte de
toma de conciencia asombrosa de la geografía de Francia por medio de la cabeza
y la ciencia; y, al mismo tiempo, por medio de las pantorrillas y los músculos,
por así decirlo. Es mucho más interesante ver el Tour de Francia de ese modo,
es decir, por la memoria que moviliza. Se enriquece de manera notable al
estudiarlo como “lugar de memoria”. Ese fue el ejercicio que hice y que luego
tomó proporciones que no esperaba.
¿QUÉ IMPACTO
GENERÓ EN SU ÉPOCA LES LIEUX
DE MÉMOIRE?
Cuando el libro se publicó, el
historiador Jacques Le Goff escribió un texto en el diario Le Monde que
empezaba así: “No es una historia de Francia, sino la historia que Francia necesita
hoy”. El texto coincidió con un periodo de metamorfosis en el país y de otra
forma de tomar conciencia de sí mismo, su pasado y su historia. Entonces creí
que solo estudiaba un problema muy francés: somos una nación que no se acuerda
de sus inicios, a diferencia de los países de América Latina. Nos interrogamos
de manera constante acerca de nuestra identidad, porque somos el único país de
Europa que tiene dos mitos de origen: los francos y los galos. Ha habido desde
el siglo xix dos grandes versiones de la historia francesa: la monárquica y la
republicana, que buscaba mostrar a la república como el cemento que unía a la
nación y el Estado. Eso es lo que vi desarmarse y lo que me propuse atomizar,
quebrar, complicar en Les lieux de mémoire. Esta es una de las
varias razones por las que el problema de la memoria se planteó con mayor
atención en Francia. No es casual que mi libro fuera escrito por un francés y
además judío, porque los judíos son un pueblo de la memoria. Ha sido una gran
experiencia que ha ocupado toda mi vida, que comenzó como un tema de seminario
y terminó volviéndose universal.
HA DICHO QUE
LOS ACTUALES RECLAMOS POR LA MEMORIA RESULTAN DE LA SUPREMACÍA DEL PRESENTE Y
DE UN CIERTO OLVIDO DE LA HISTORIA. ¿A QUÉ SE DEBE ESTA EXPLOSIÓN DE MEMORIA A
NIVEL MUNDIAL?
Esta forma de resurrección de la
memoria ocurrió cuando los antiguos países comunistas comenzaban a borrar las
huellas del comunismo, a luchar contra él y a redescubrir un pasado, una
memoria, una genealogía perdida, confiscada, deformada durante treinta o
cuarenta años de falsificación histórica enseñada en las escuelas. Empezaron a
reencontrarse con formas tradicionales de vida, con los recuerdos de los
grandes eventos del pasado, con la religión; en resumen, con una memoria
anterior al comunismo. Se puede decir lo mismo de los países que fueron
colonizados: en los años setenta y ochenta del siglo pasado lograron su
independencia y quisieron encontrar una memoria que precediera a la
colonización. Al mismo tiempo, en todo el mundo occidental, que se
industrializó de manera muy fuerte entre finales de la Segunda Guerra Mundial y
las postrimerías del siglo XX, se dio una transformación prodigiosa de los
modos de vida. Tuvo lugar, entre otras cosas, una gran urbanización que trajo
como consecuencias el quebranto de la familia y la vida colectiva, el cultivo
de la noción de individuo y de su propia vida. El crecimiento económico
modificó la cotidianeidad en el mundo. Inauguró rutas que condujeron a pueblos
pequeños, instaló almacenes donde nunca habían existido e implicó un cambio
profundo en las relaciones entre hombres y mujeres, y en la relación de las
mujeres con su propio cuerpo. Todo ello creó un corte temporal enorme: lo que
pasó está a la vez perdido y rodeado de un aura nostálgica, en otras palabras,
el pasado perdido se percibe como algo memorable, digno de ser recuperado. Y no
hemos salido de eso, es un fenómeno que continúa. En todas partes.
HA DICHO QUE
LA MEMORIA ES POR NATURALEZA SUSCEPTIBLE DE MANIPULACIÓN: “DESATENTA O MÁS BIEN
INCONSCIENTE DE LAS DEFORMACIONES, SIEMPRE APROVECHABLE, ACTUALIZABLE,
PARTICULAR, MÁGICA POR SU EFECTIVIDAD, SAGRADA”. ¿CUÁL ES EL PAPEL DEL
HISTORIADOR EN ESTE PRESENTE EN QUE TANTOS GRUPOS LUCHAN POR INCORPORAR SU
MEMORIA E INSTALAR SUS VERSIONES DEL PASADO EN EL “GRAN” RELATO DE LA HISTORIA
NACIONAL?
Hoy en día el trabajo de un historiador
ya no es llevar el pasado al futuro, sino trabajar en el presente y tratar de
luchar contra la presión de las memorias, haciéndoles justicia, claro, porque
existen y aportan a la comprensión general del mundo. Pero, por ejemplo,
reescribir toda la historia de Francia desde el punto de vista de la
colonización y los colonizados no tiene sentido. Se trata de expandir el campo
de preguntas de los historiadores a todos los problemas que habitan en la
historia. En la actualidad, el debate público está un poco dividido entre los
partidarios de una historia tradicional, lo que remite a la “novela nacional”,
y los que apoyan la tendencia a romper la cronología canónica de la historia.
Para mí, el historiador es a la vez un especialista, un árbitro entre las
diferentes memorias, un intérprete de cada una de ellas y aquel que trata de
reconstruir los sucesos en su profundidad histórica y en su duración.
¿EN SU
MOMENTO RECIBIÓ CRÍTICAS DE PARTE DE LOS HISTORIADORES TRADICIONALES POR
INTEGRAR EL CONCEPTO DE MEMORIA A LA DISCIPLINA HISTÓRICA?
La crítica fue otra. Creo que durante
esa época, en Francia, no se planteaba el problema colonial con la sensibilidad
con la que se discute ahora y me reprocharon no haberlo tratado lo suficiente.
Es cierto, pero el problema colonial empezó a pensarse tras la guerra de
Argelia, con el regreso de los franceses, y en especial con la llegada de los
árabes a Francia. El segundo impulso de la memoria colonial tuvo que ver con la
inmigración negra musulmana proveniente del África subsahariana en la década de
1990. Yo terminé Les lieux de mémoire en 1992; pensé en esa
memoria colonial porque mi primer libro trataba sobre los franceses de Argelia,
pero era un trabajo colosal y es evidente que no todo está ahí. Hay muchas
cosas que faltan: la memoria científica, la económica. Esos temas no eran mi
foco: mis objetivos fueron legitimar este estudio de la memoria por medio de
los lugares y definir esta suerte de concepto operatorio que se exportó al
mundo.
LA TEÓRICA
FRANCOCHILENA NELLY RICHARD ESCRIBIÓ QUE EL GRAN RETO DE LA MEMORIA ES EVITAR
QUE SE TRANSFORME EN UN MONUMENTO O DOCUMENTO, ES DECIR, QUE SE CONVIERTA EN UN
DISCURSO CERRADO, ESTÁTICO Y MONOLÍTICO. ¿CÓMO LUCHAR CONTRA ESO? ¿CÓMO EVITAR
QUE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS HAGAN UN USO INTERESADO DE LA MEMORIA?
Es un tema muy nuevo y está ligado a
cómo cambian la historia y la disciplina histórica. De manera tradicional, la
historia se definía como el estudio del pasado y se excluía el estudio del
presente. Desde hace cuarenta o cincuenta años tuvo lugar un auge muy fuerte la
llamada “historia contemporánea” en relación con lo que se conoce como
“historia clásica”. Hoy es imposible que sucesos tan estremecedores como los
que el mundo ha vivido en los últimos cincuenta o cien años no exijan una
comprensión inmediata. En Europa, por ejemplo, sobra decir que en un siglo XX
tan trágico –con el comunismo, el nazismo y, sobre todo, la Shoa– se ha
reclamado un tipo inmediato de interpretación, un intento de comprensión. Son
eventos mayores, pero hubo sucesos menos visibles, como las metamorfosis que
han sufrido todas las formas del Estado. En Francia, por ejemplo, estuvieron el
régimen de Vichy y la ocupación, la resistencia, la Guerra Fría, el gaullismo,
el comunismo: ¿cómo sería posible que esos cambios no exigieran una
explicación, que no demandaran a los historiadores confrontarse con ellos? Por
lo tanto, de manera muy profunda ha habido un desplazamiento del centro de
gravedad de la historia hacia lo contemporáneo. Además, está el tema del
compromiso del historiador que, al ser parte de las memorias, es requerido por
ellas. A menudo, son las personas que han vivido cierta experiencia las que
luego se convierten en historiadores. Casi todos los historiadores de la guerra
de Argelia vivieron o hicieron el servicio militar allá, es decir, tienen una
experiencia del suceso. Los primeros historiadores de la Shoa son gente que
escapó de los campos de concentración. ¿Cómo no estar influido por la memoria
propia? Esa memoria puede alimentar la historia, pero también pervertirla y
cambiarla por completo. Es un problema enorme de la historia contemporánea, de
la que se puede decir que está politizada, incluso más que antes.
¿CÓMO HA
CAMBIADO LA LABOR DEL HISTORIADOR FRENTE A ESE DESPLAZAMIENTO DE LA HISTORIA
HACIA LO CONTEMPORÁNEO?
Se ha transformado muchísimo: cuando
solo trabajabas con el pasado, no había testigos. El historiador era el amo del
pasado y de lo que decía sobre él. Pero si se habla de lo contemporáneo, hay
que enfrentarse a los testigos. No se puede decir cualquier cosa sobre
Auschwitz ante alguien que lo vivió. En Francia, por ejemplo, sobre la guerra
de Argelia, que fue un drama, existen memorias muy diferentes, hay testimonios
que vienen de todos los frentes. Se puede hacer la historia de estos
testimonios y de la historiografía de los discursos de la guerra. Ocurrió así
con la Gran Guerra, con la resistencia, con Vichy; todos esos fenómenos tienen
una historia de su propia historia. Y los historiadores se volvieron en muchos
sentidos historiógrafos, esto es, historiadores de la historia de estos
testimonios. Esto se acompañó también de una multiplicación de las huellas de
la historia contemporánea, como la creación de museos en un mundo que cambia
cada vez más rápido. Hay museos sobre la historia del jabón, de la pipa,
etcétera. Es muy claro que los empresarios a los que antes no les interesaba el
pasado y solo pensaban en el futuro empezaron a preocuparse mucho por su
historia. La marca Guerlain, por ejemplo, hizo una colección de sus perfumes,
de sus botellas, de las máquinas con las que se fabricaban. Tenemos hoy día una
arqueología industrial de una época que ya no existe. Hay una preocupación
gigante e inédita por la museografía.
USTED FUNDÓ
UNA NUEVA FORMA DE HACER Y NARRAR LA HISTORIA, QUE ASUME LA INFLUENCIA DEL
PRESENTE EN LA CONSTRUCCIÓN DEL PASADO. ¿CÓMO VE HOY EL APORTE DE SUS ESTUDIOS?
Veo aspectos positivos y negativos. Es
quizás el único aporte desde la Escuela de los Anales: fue imitado por los
países que buscaron sus propios lugares de memoria y el libro, de seis
volúmenes, se tradujo a muchos idiomas, entre ellos, el coreano y el
vietnamita. Dio la vuelta al mundo. Era un estudio centrado solo en Francia,
pero explotó de manera más fuerte en el resto del mundo. La historia de Francia
es un género literario en sí. Jules Michelet, Henri Martin; todos los grandes
historiadores de Francia han sido grandes escritores y hay algo de eso en Les
lieux de mémoire: después de todo, tengo el sentimiento de haber roto o
subvertido de manera profunda, por no decir revolucionado, la historia de
Francia como antes se hacía. Al mismo tiempo, creo que encontré en este método
la única forma de ilustrar una historia en proceso de desaparecer, porque tenía
conciencia de que el país estaba en declive. Francia podía seguir existiendo en
esa recuperación memorial y erudita. Fue una bella aventura.
¿Y CUÁLES
SERÍAN LOS ASPECTOS NEGATIVOS? EL HISTORIADOR JACQUES LE GOFF AFIRMÓ QUE LA
MEMORIA DEBE SERVIR PARA LA LIBERACIÓN DE LAS PERSONAS Y NO PARA SU SUMISIÓN.
Ahora es más complicado establecer la
frontera entre la historia y la memoria y, por lo mismo, esa distinción es más
necesaria que nunca para que las reivindicaciones de la memoria de algunos
grupos no terminen por pervertir la historia. Es el gran problema al que me
enfrento, porque hoy me ven un poco como el defensor de la historia por encima
de la memoria, después de haber sido el que puso sobre la mesa el tema de la
memoria. En particular, lucho por medio de una asociación que presido y que se
llama Liberté pour l’Histoire (Libertad para la Historia) contra lo que se
denominan las “leyes de la memoria”, leyes que ciertos grupos, como los
diputados musulmanes, obtienen de la mayoría por buena conciencia, porque
sufrieron en el pasado, porque su tragedia no había sido reconocida. Un caso
fue la ley Taubira de 2001, que convirtió en crímenes la trata de negros y la
esclavitud, y le dio un contenido jurídico a algo que tenía un valor moral.
Nadie consideró que la esclavitud o la trata de negros era un fenómeno moral.
Hacer una ley que solo penaliza la trata europea –y no la trata entre negros o
la árabe– implica una reescritura de la historia a partir de los intereses de
un grupo muy específico. Y eso puede ir muy lejos, porque los grupos franceses
de Argelia hicieron lo mismo en el parlamento para hacer que se reconociera el
papel positivo de la colonización francesa en Argelia. No es que no haya habido
aspectos positivos, pero ahí se ve la diferencia: una cosa es que los
historiadores establezcan estas facetas y otra es enseñárselas a los niños de
modo obligatorio y decirles que la colonización fue algo bueno. La respuesta
inversa es también exagerada y es lo que hizo el presidente Emmanuel Macron al
decir que la colonización fue un crimen contra la humanidad. Es simétricamente
inverso. Y no es mejor. Por eso hay que evitarlo.
EN AMÉRICA
LATINA HUBO UNA SUERTE DE EXPLOSIÓN DE MEMORIA, SOBRE TODO, DESPUÉS DE LAS
DICTADURAS, Y UNA DE LAS FORMAS DE HACERSE CARGO DE ELLA FUE CREAR MUSEOS DE LA
MEMORIA. TAMBIÉN ESTÁ EL CASO DE LA INDUSTRIA TURÍSTICA EN TORNO A AUSCHWITZ.
UNA POSIBLE LECTURA SERÍA QUE ESTOS LUGARES SON LA MANERA EN QUE EL CAPITALISMO
ABSORBE LA MEMORIA Y LA TRANSFORMA EN MERCANCÍA. ¿QUÉ PIENSA DE ESOS LUGARES
QUE COMBINAN MEMORIA Y TURISMO?
Todo eso tiene que ver con el hecho de
que la historia se convierte en historia contemporánea: hablé de los testigos y
debí haber hablado también de la explotación económica de ese pasado, un
fenómeno dentro del cual el aspecto turístico es el más importante. Es parte de
este auge poderoso de la memoria, porque el turismo cultural es memoria, no
historia.
CUANDO
TZVETAN TODOROV VISITÓ EN 2010 UN CENTRO DE TORTURA DE LA DICTADURA ARGENTINA Y
UN PARQUE DONDE SE EXHIBEN LOS NOMBRES DE LAS VÍCTIMAS, RECLAMÓ QUE EN ESOS LUGARES
SE EXPONÍA UNA MEMORIA SIN HISTORIA: NO SE EXPLICABA NI SE MOSTRABA EL CONTEXTO
EN QUE TODA ESA GENTE FUE ASESINADA. ERAN “VÍCTIMAS PASIVAS”, NOMBRES SIN
RELATO HISTÓRICO, AFIRMÓ. ¿ESTÁ DE ACUERDO CON ESA VISIÓN CRÍTICA ANTE ESTE
TIPO DE ESPACIOS?
Siempre es así. Es parte de los abusos
de la memoria de nuestra sociedad. Eso me impactó mucho durante la visita a
Auschwitz que hizo en 2005 la política francesa y sobreviviente del Holocausto
Simone Veil para un reportaje de la revista Paris Match. Era chocante.
La televisión hacía programas sobre el horror de los campos de exterminio,
sobre la monstruosidad y la tragedia, pero no explicaba nada acerca de cómo
ocurrió todo. Es una forma de banalización aterradora de la memoria, que hace
que la gente se horrorice con lo que pasó, pero sin explicar las cosas. Es un
poco la ley de los medios; ese es un problema inmenso: la televisión cambia
todo, porque en general privilegia la memoria y no la historia. Solo favorece
la historia cuando se hacen investigaciones serias.
LA
HISTORIADORA ANNETTE WIEVIORKA ESCRIBIÓ QUE EL SIGLO XX ES POR ANTONOMASIA EL
SIGLO DEL TESTIMONIO, ESTO ES, DE LA MEMORIA. ¿QUÉ SE PODRÍA DECIR DEL SIGLO
XXI, UNA ÉPOCA MARCADA POR LA HIPERCONEXIÓN, LA VELOCIDAD, EL EXCESO DE
IMÁGENES E INFORMACIÓN? ¿QUÉ MEMORIA SE PODRÍA GENERAR EN UN MUNDO EN QUE LAS
NOTICIAS SE DILUYEN ENTRE OTRAS MILES DE NOTICIAS?
Por qué no decirlo: el siglo XXI será
el siglo del olvido.